En un día soleado del verano 2021, conversaba con un amigo sobre cuestiones filosóficas. Reflexiones un tanto banales sobre temas complejos como la felicidad, la muerte y la libertad. Al final, llegamos a la conclusión de que no conocemos el significado real de estas palabras por lo que les atribuimos conceptos errados. Esto nos lleva a sentirnos un tanto miserables con nosotros mismos, porque no logramos alcanzar el puntaje necesario para llegar al tope.

A pocos días de tomar mis vacaciones, me encuentro reflexionando sobre el camino recorrido hasta ahora. El camino vital que me ha llevado a estar donde estoy. O mejor dicho, el camino vital elegido para llegar a donde he llegado. Aunque no todas mis decisiones vitales han sido conscientes, tengo que asumir la responsabilidad del camino recorrido. Soy feliz pero no estoy del todo satisfecha. Normal.

¿Pero cómo puedo ser feliz en medio de una pandemia y tantas desgracias? se preguntarán. La verdad es que aunque la pandemia no me hace feliz, puedo decir que ahora mismo, disfruto de buena salud, tengo mis necesidades cubiertas, mi familia está bien, vivimos bien. ¿Podríamos estar mejor? ¡Siempre se puede estar mejor! pero también siempre se puede estar peor.

La felicidad también es una lucha diaria con nosotros mismos. Es la responsabilidad de no dejarnos arrasar por nuestro entorno. Para mí, también es un estado de consciencia. La tranquilidad mental de estar haciendo lo correcto, de no dañar nada ni a nadie.

Hoy en día sufrimos de un agobio informativo. Es una locura . Todos los días de nuestra vida estamos siendo arrasados por noticias que nos llegan de todas partes del mundo y, la mayoría de ellas nos inducen al miedo, a la inseguridad, al cansancio, a la insatisfacción. Es muy difícil gestionar y discriminar la calidad de la información que recibimos y, sin embargo, ahí estamos, dispuestos a que nos siga llegando. No podemos vivir sin ella. Queremos saberlo todo, deseamos estar enterados de todo.

Según la teoría del conocimiento, no podemos saberlo todo sobre todas las cosas. Podemos saber mucho sobre alguna cosa. Podemos saber poco sobre muchos temas. Pero el saber es infinito y, por el momento, no damos para tanto.

Disponemos de una necesidad de controlar todos los aspectos de nuestras vidas pero ni siquiera somos capaces de controlar nuestros pensamientos. Muchos de nuestros comportamientos derivan de nuestros pensamientos. Imagínense ser capaz de controlarlos.

Uno de mis objetivos durante los días de vacaciones, es limpiar mi mente y mi corazón de pensamientos y sentimientos que causan daño a mi yo interno. Me encantaría liberarme del Síndrome del Impostor. Tengo la facultad de abrirle la puerta y dejarlo entrar. Cuando se encuentra a sus anchas, hace desastres y luego me siento rota por dentro ¡Ah maldito síndrome, déjame en paz y lárgate!

Al contrario, debo abrir la puerta al amor propio, a la confianza y a la seguridad que son los sentimientos que me fortalecen ¡Holaaaa vida, ven y entra en mi mente. Instálate en mi corazón y haz tu magia!

La magia del bienestar, la tranquilidad y la calma. Algún día me plantearé hacer un retiro para aprender a meditar y controlar los pensamientos. Llenar mi mente de pensamientos positivos, realistas pero positivos. Aprender a no dejarme agobiar por lo que no puedo controlar.

Si alguna vez has tenido una experiencia como esta, me gustaría conocer tu opinión.

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